miércoles, 3 de febrero de 2016

Materialismo vs. espiritualismo

Para hablar de la conciencia en términos que permitan considerarla como sinónimo de alma, es necesario explicar y refutar dos enfoques que son muy comunes en la ciencia: el materialismo y el monismo. Luego habrá que considerar las reglas básicas de la investigación científica.

Será especialmente importante tener en cuenta los aportes de investigadores que declaran no haber partido de un enfoque espiritualista o no tener ninguna inclinación religiosa. Es especialmente digna de atención la conclusión de alguién que, como David Chalmers, declara que 
“Por temperamento, me inclino poderosamente por la explicación reductiva materialista, y no poseo ninguna fuerte inclinación espiritual o religiosa. Durante algunos años conservé la esperanza de lograr una teoría materialista; abandoné esa esperanza con bastante renuencia. Finalmente me resultó evidente que estas conclusiones eran obligatorias para cualquiera que quisiera tomar en serio a la conciencia. E1 materialismo es una cosmovisión hermosa y atractiva, pero para poder ofrecer una concepción de la conciencia debemos ir más allá de los recursos que este provee.” (Chalmers, p.19)

1. Superveniencia y emergencia

Chalmers  nos recuerda que el materialismo es una doctrina según la cual “los hechos físicos acerca del mundo agotan todos los hechos, en el sentido de que todo hecho positivo está implicado por los hechos físicos”. Podríamos “explicar” los hechos psicológicos a partir de los hechos biológicos, y éstos a partir de los hechos físicos. Éste es el mecanismo de la “superveniencia”, el que formaliza la idea intuitiva de que un conjunto de hechos (de bajo nivel) puede determinar por completo otro conjunto de hechos (de alto nivel). “Una vez que contamos la historia de nivel inferior con suficiente detalle, cualquier sentido de misterio fundamental desaparece: los fenómenos que debían ser explicados lo han sido.” (ibidem, p.72).

Es común utilizar este tipo de procedimiento como método exploratorio – y lo hemos hecho en nuestros propios trabajos – y la ciencia actual permite el desarrollo de explicaciones cada vez más sofisticadas de las funciones cognitivas. Pero 
“Aún desarrollos «revolucionarios» como la apelación a redes conexionistas, dinámicas no lineales, vida artificial y mecánica cuántica sólo proporcionarán explicaciones funcionales más poderosas. Ésto podría encaminarse hacia una ciencia cognitiva muy interesante, pero el misterio de la conciencia no desaparecerá.” (Chalmers, p.164)
Pero es difícil considerar la experiencia de la conciencia como un hecho puramente físico y una explicación funcional sólo se refiere a la operatividad de los estados cognitivos y a sus condiciones, no a la naturaleza de la conciencia.
“Podemos usar aquí la imagen de Kripke. Cuando Dios creó el mundo, después de asegurarse de la validez de los hechos físicos, todavía tuvo más trabajo que hacer. Debía asegurarse de que los hechos acerca de la conciencia fueran válidos. [...] El mundo podría haber carecido de experiencia, o podría haber contenido experiencias diferentes, aunque todos los hechos físicos hubiesen sido los mismos. Para asegurarse de que los hechos acerca de la conciencia son como son, hechos ulteriores debieron incluirse en el mundo.” (ibidem, p.167)
En otras palabras, podría existir un cierto tipo de superveniencia que sea natural pero que no se mantenga en el campo de lo físico.

Del mismo modo algunos científicos han pretendido explicar la conciencia mediante la “emergencia” de nuevas propiedades a medida que un sistema se vuelve más complejo, un proceso en gran parte parecido a la superveniencia.
“En trabajos recientes sobre sistemas complejos y la vida artificial, suele sostenerse que las propiedades emergentes no son predecibles a partir de las propiedades de bajo nivel, pero que de todas formas son físicas. Ejemplos de esto son el surgimiento de la autoorganización en los sistemas biológicos, o el surgimiento de patrones de bandada a partir de reglas simples en pájaros simulados (Langton, 1990; Reynolds, 1987). Pero las propiedades emergentes de esta clase no son análogas a la conciencia. Lo que es interesante en estos casos es que las propiedades relevantes no son consecuencias obvias de las leyes de bajo nivel; pero todavía son lógicamente supervenientes a los hechos de bajo nivel. […] Propiedades como la autoorganización y la agrupación en bandadas son funcionales o estructurales.” (Chalmers, p.173)
La teoría matemática del caos y la teoría de la complejidad pueden explicar estos fenómenos tendiendo un puente entre el enfoque biológico o conexionista y el enfoque funcionalista de la mayoría de los investigadores de la inteligencia (especialmente de la artificial). La matemática del caos nos dice, entre otras cosas, que los sistemas simples pueden generar comportamientos complejos y que las leyes de la complejidad tienen validez universal y se despreocupan de los detalles de los microcomponentes de un sistema. En este sentido, se observa que la gran cantidad de impulsos que llegan al cerebro desde las neuronas sensitivas desencadenan a su vez procesos que, si los pudiesemos observar directamente, nos parecerían caóticos pero terminan ordenados en la experiencia consciente, producto de la existencia (emergencia) de “atractores”. Es a lo que apuntó en la década de 1970 Mitchell Feigenbaum al plantear que así es “cómo la mente humana entresaca algo del caos de la percepción”.
“Muchos científicos emprendieron la aplicación de los formulismos del caos a la investigación de la inteligencia artificial. La dinámica de sistemas que vagaban entre cuencas de atracción, por ejemplo, atrajo a quienes buscaban la forma de establecer modelos de símbolos y recuerdos. El físico que pensara en las ideas como regiones de límites imprecisos, separadas, aunque coincidentes, atrayendo como imanes y, al mismo tiempo, dejando ir, recurriría naturalmente a la imagen de un espacio de fases con «cuencas de atracción»”.  (Gleick, p.298)
Pero seguimos aquí en un enfoque funcionalista, que puede explicar las operaciones cerebrales en el nivel biofísico, pero no aclara nada en cuanto a la naturaleza de la conciencia. 

2. Monismo

El materialismo y el positivismo están asociados al monismo, es decir a la concepción de que el mundo tiene una única naturaleza, la física. Un buen número de científicos son materialistas y monistas: para ellos el mundo es un sistema cerrado y todo debe poder ser explicado a partir de las leyes que gobiernan el mundo material. En este sentido, la conciencia es solo un “epifenómeno”, un producto de la complejidad del mundo biológico cuya existencia “depende del motor de la causalidad física, pero que no hace ninguna diferencia en el mundo físico”, es decir que no presentaría ninguna utilidad para explicar la realidad (Chalmers, p.199). Así, obviamente, no pueden ofrecernos ninguna explicación de nuestra experiencia de la conciencia. 

También existe un monismo espiritualista. Éste ha sido propuesto inicialmente por Nicolas Malebranche (1638–1715), para quién el hombre por sí solo está imposibilitado para conocer el mundo, siendo la presencia de Dios en el alma de los hombres la que suple su carencia para conocer otras entidades. Para él, cuerpo y alma son entidades –o sustancias– inconexas e independientes, pero Dios se encarga de comunicarlas. Pero ésto nos aleja totalmente de la perspectiva científica.

Algunos materialistas plantean que todo se debe a que nuestro conocimiento de la física es simplemente demasiado limitado por ahora y que podríamos llegar en el futuro a una “nueva física” capaz de explicar la conciencia, como también sería relativamente “fácil” imaginar un mundo parecido al postulado por la física actual pero sin presencia de la conciencia (Chalmers, p.213). Lo cual, por cierto, es una arriesgada apuesta, algo ajena al espíritu de la investigación científica.

Si el materialismo no puede explicar la conciencia, es más lógico considerar que el mundo tiene a la vez características físicas y no–físicas, como plantea Ken Wilber y que hemos graficado en el apartado 1.1, es decir que existe dualismo.

3. Dualismo y unidualismo

Platón ha sido posiblemente el primero de los dualistas, al proclamar la total separaración del mundo inteligible de las ideas, eterno, inmutable y necesario, y del mundo sensible de la materia, temporal, mutable y corruptible, concluyendo en la existencia del alma, encerrada en el cuerpo. Este dualismo ha sido asumido y reformulado en el siglo XVII por Descartes, quien estableció un dualismo sustancial entre el alma–res cogitans (el pensamiento)– y el cuerpo–res extensa (la extensión, materia).

Pero existe también otro tipo de dualismo, que no es sustancial sino referido a las propiedades, algunas de las cuales no estarían implicadas por las propiedades físicas de un individuo aunque puedan depender de éstas. La concienca sería una característica del mundo, más allá de sus características físicas, pero sin ser una “sustancia” aparte. Es, a nuestro parecer, lo que invoca Edgar Morin cuando rechaza tanto el monismo como el dualismo y propone el “unidualismo”, mientras Chalmers propone los términos “dualismo naturalista” aunque admite que también se podría considerar como una forma de monismo (no materialista en este caso) si se considera que lo físico y lo fenoménico se toman como “dos aspectos diferentes de una sola clase abarcativa” (p.173). Para Morin, somos parte de la realidad y la realidad es parte de nosotros, como muestra en el siguiente gráfico: 


El unidualismo es lo que la tradición cristiana ha predicado acerca del ser humano: “en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1992, n°365).

Gracias a la conciencia, tenemos acceso a nosotros mismos y, así, a la parte de la realidad de la que somos hechos. Tenemos acceso y dominamos las mismas características espacio–temporales y organizativas que dominan gran parte de lo real y, por lo tanto, si bien puede haber una realidad que escapa a estos caracteres, tenemos acceso y podemos dominar toda la “realidad perceptible y concebible”, que es con la cual compartimos características comunes. Ésto porque nuestras estructuras cognitivas son el producto de estas características del mundo, y especialmente de los principios de orden y organización, que son los que nos permiten entrar en una interacción dialógica –cognitiva– “auto–eco–productiva”. En esta interacción, “los a priori de la sensibilidad y del intelecto se desarrollaron por absorción/integración/transformación de los principios de orden y organización del mundo fenoménico” (Morin, t.3, p.213). El aparato cognitivo se desarrolló en el mundo reconstruyendo el mundo dentro de sí y a partir de las características de este mundo que no es meramente material1. 

Por cierto en esta nueva perspectiva habría que aceptar que existen propiedades y leyes fundamentales del universo que no hemos podido descifrar aún pero que, en principio, podrían explicar la superveniencia de la conciencia en los seres humanos a partir de su constitución biofísica. Chalmers nos recuerda que la física ha tenido que lidiar más de una vez con la necesidad de explicar ciertos fenómenos que escapaban a las leyes conocidas:
“Resultó que para explicar los fenómenos electromagnéticos debían considerarse como fundamentales características como la carga y las fuerzas electromagnéticas; Maxwell introdujo nuevas leyes electromagnéticas fundamentales. Sólo de este modo pudieron ser explicados los fenómenos. De la misma forma, para explicar la conciencia no son suficientes las características y leyes de la teoría física. Para una teoría de la conciencia se necesitan nuevas características y leyes fundamentales.” (Chalmers, p.171)
Pero es dudoso que el estudio de la física, dentro de su propio ámbito, conduzca alguna vez a descubrir la “fuente” de la conciencia o su naturaleza. Como ya hemos mencionado, la conciencia es ontológicamente diferente de la constitución física del ser humano. Incluso el fundamento último de la física podría no tener nada de físico.
“No se puede sostener que las ciencias empíricas explican completamente la vida, el entramado de todas las criaturas y el conjunto de la realidad. Eso sería sobrepasar indebidamente sus confines metodológicos limitados.” (Papa Francisco, Laudato Si, 199)
Referencias
Chalmers, D. (1996): La mente consciente – En busca de una teoría fundamental, Barcelona, Gedisa.
Gleick, J. (1988): Caos, Barcelona, Seix Barral.  
Morin, E. (1986): La méthode: 3. La connaissance de la connaissance, París, Seuil.  


Ya está disponible mi libro completo sobre el tema de este blog:

En PDF, lo encuentra en ISSUU.
En ePub, aquí.

miércoles, 20 de enero de 2016

De la visión holística al empirismo materialista

La investigación científica se basa en una metodología y ésta, a su vez, en una concepción filosófica. Para entender cómo se hace ciencia hoy es necesario retroceder un par de siglos, para conocer la forma en que se inició la ciencia moderna et cómo evolucionó la concepción fundamental de sus actores. Trataré por lo tanto de despejar las diferentes maneras de abordar el problema desde el punto de vista filosófico, el que – lo deseen o no – influye en la forma en que los científicos abordan la investigación sobre la conciencia.

El Renacimiento hizo que el saber se independizara del control de la Iglesia, considerando a la experiencia como fuente de conocimiento y dándole un valor social que no había tenido hasta entonces, abandonando el criterio de autoridad que regía hasta entonces. Dos corrientes de pensamiento se abrieron camino, basándose de diferentes modos, en la valoración de la experiencia: el empirismo y el racionalismo.

1. Empirismo y racionalismo
El empirismo es una teoría filosófica que enfatiza este papel de la experiencia, ligada a la percepción sensorial, en la formación del conocimiento. Sus principales representantes son ingleses: Francis Bacon, Hobbes, Locke y Hume. Suele considerarse en contraposición al racionalismo, formulado por René Descartes (1506-1650), quién sostuvo que solo por medio de la razón (experiencia mental) se podían descubrir ciertas verdades universales, a partir de las cuales es posible deducir el resto de los contenidos de la filosofía y de las ciencias. “Es racionalista todo aquél que cree que el fundamento, el principio supremo, es la razón” (Wikipedia).

Las dos son formas diferentes de entender el acceso al conocimiento. Para el racionalismo cartesiano, el entendimiento proviene de ideas innatas que se han de relacionar con las ideas adquiridas a través de la experiencia mediante el análisis. Este tipo de metodología ha dado grandes frutos, especialmente mediante el uso de la matemática para el descubrimiento y descripción de las leyes de la naturaleza y sus aplicaciones (como los trabajos de Pascal, Leibniz y Newton). Así, el método cartesiano garantizaría el descubrimiento de la verdad por la sucesión de evidencias con certeza que se establecen siguiendo sus reglas racionales.

Para el empirista John Locke (1632-1704), al contrario,  la mente humana es una “Tabula rasa” u hoja en blanco, en la cual se escriben las experiencias derivadas de impresiones sensoriales en el curso de la vida personal. Así, el único conocimiento que los humanos pueden poseer es el conocimiento basado en dicha experiencia. A partir de las sensaciones, la mente genera ideas simples. Mediante la reflexión, la mente genera luego las ideas complejas, comparando, combinando o abstrayendo las ideas simples. El problema en esta perspectiva, es que el conocimiento de la experiencia no nos permite salir del subjetivismo, algo que es incompatible con la ciencia. 

El “conocimiento verdadero” sería posible porque el objeto de experiencia se considera dado como realidad objetiva. La experiencia es lo que garantiza la existencia de lo percibido. Ser objetivo, por lo tanto, nos obligaría a tomar otro enfoque. Pero el racionalismo, al pretender que todo descansa en ideas innatas (“impresas por Dios en el ser”) no presenta una justificación más convincente que el empirismo. Ha aportado, sin embargo, un método con certeros y amplios frutos: el análisis y la deducción aplicados a la verificación de hipótesis, por medio de la razón y la experimentación. Pero no ha podido explicar cómo el cálculo puede llegar a predecir los hechos de la experiencia.

2. Idealismo
Immanuel Kant (1724–1804) intentó superar la discrepancia proponiendo que la ciencia solo es posible en referencia a lo fenoménico, es decir, al campo de la experiencia posible, mientras la realidad “en sí” sólo puede ser pensada, no conocida. La evidencia es un producto de la conciencia respecto a su percepción o idea o concepto y desconectada de lo real. Así, Kant fue uno de los últimos filósofos en asumir una visión integral de las diferentes modalidades del conocer, que proyectó en sus tres más famosas obras: “La crítica de la razón pura” (ciencia objetiva), “La crítica de la razón práctica” (la moral) y “La crítica del juicio estético” (juicio estético y arte).

Kant fue el precursor del idealismo, que consideró que la historia cósmica y humana consistía en el desarrollo y la evolución del Espíritu. Johann Gottlieb Fichte (1762-1814), asumiendo que el “Yo absoluto” (que es Espíritu) es el que da origen a todo el mundo manifiesto, concluyó que la tarea de la filosofía consistía en reconstruir lo que él denominó la “historia pragmática de la conciencia”. (Fue así uno de los primeros en introducir la noción de evolución.) Posteriormente Friedrich von Schelling (1775–1854) y Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) desarrollaron y precisaron esta filosofía. Pero olvidaron una cosa: que “el Espíritu transracional sólo puede verse con el ojo de la contemplación” (Wilber, p.138). Solo utilizaban sus recursos sensoriales y su razón, olvidando una dimensión clave del interior humano y del universo: la trascendencia, el Espíritu.
“Al carecer de método para generar evidencias experimentales reales y directas –a falta de métodos para provocar de manera consistente la experiencia espiritual–, el idealismo terminó degenerando en una mera especulación abstracta ajena a toda posible confirmación o refutación.” (Wilber, Ciencia y religión, p.143)

Esta visión idealista se fue desvaneciendo progresivamente, desapareciendo al cabo de un siglo. 

3. Positivismo y fenomenología
En respuesta a las dificultades que presentan el empirismo y el racionalismo surgió el positivismo, fundado en Francia por Auguste Comte (1798–1857), para luego expandirse a toda Europa. Se caracterizó por el rechazo total de la metafísica, que había influido en las concepciones anteriores, especulación a la que consideró como el principal enemigo de la ciencia y de la filosofía. Así, los positivistas preconizaron la aplicación de un método inspirado en el modo de operar de la ciencia física, “que triunfaba claramente en el dominio de la naturaleza y en las aplicaciones técnicas que de ella se derivaban. La ventaja fundamental de este método es su formalización y la posibilidad de expresar sus leyes en lenguaje matemático, que hace posible la construcción de modelos teóricos a partir del rigor del cálculo” (Wikipedia). Para el positivismo, la ciencia parte de la observación de los fenómenos y, a partir de ellos, intenta explicarlos elaborando teorías que reúnen leyes generales. Rechaza toda búsqueda de propiedades ocultas: solo admite “lo real” observado. Para Comte, incluso los problemas morales y sociales podían ser abordados de esta forma (Ahí nació la sociología).

Pero frente a este modo de abordar y pretender ampliar el conocimiento surgió una opción diferente, inspirada en la herencia kantiana: la fenomenología, que estudia y  describe las cosas tal y como se manifiestan y se muestran en la conciencia. Pretendía penetrar en la esencia de los fenómenos para encontrar el fundamento de la realidad. Frantz Brentano (1838-1917), Edmund Husserl (1884-1886) y Martin Heidegger (1889-1976) son sus principales exponentes. “Husserl pretendió encontrar una «evidencia intuitiva» o intuición de esencia a través de lo fenomenológico que viene a ser una especie de intuición trascendental, en sentido kantiano, que restaura, de alguna forma, la intuición clásica de la objetividad del conocimiento” (Wikipedia). Vuelve sin embargo así a introducir concepciones filosóficas de tipo idealista que, en último término, solo serían hipótesis difíciles de contrastar, por lo que la ciencia moderna ha preferido definitivamente el positivismo, que ofrece mayores garantías. Pero quizás sea una concepción demasiado estrecha de la ciencia, porque es esencialmente materialista y el conocimiento engloba sin duda dimensiones que escapan a la metodología positivista.

La ciencia moderna (positivista) nos puede decir mucho sobre el reino sensorial, un poco sobre el reino mental y nada sobre el reino contemplativo. Pero ha pretendido erróneamente que solo lo medible puede ser objeto de conocimiento científico. Muchos científicos que pretenden estudiar la conciencia afirman de partida que no existe nada fuera del mundo material, lo cual es un prejuicio ajeno al espíritu científico.
“Según la visión chata del mundo, ninguna de las dimensiones y modalidades interiores del conocimiento tienen la menor realidad sustancial porque lo único real son los «ellos» objetivos. La miseria de la modernidad, en consecuencia, consistió en la reducción de todas las dimensiones interiores (del «yo» y del «nosotros») a superficies exteriores (a «ellos» objetivos), lo cual, obviamente, destruye por completo toda dimensión interior. Este colapso del Kosmos pone fin a toda aprehensión interior, y poco importa que esa visión interior sea la poesía o Dios, porque todos ellos carecen de realidad sustancial irreductible.” (K.Wilber, Ciencia y religión, p.81)
“La desaparición de la mente, del alma y del Espíritu dejaron, tras de sí, una incesante pesadilla de superficies monocromas, un universo descualificado caracterizado por el holismo chato, un gran –y, en última instancia, absurdo– sistema de «ellos»”. (ibidem, p.229)