jueves, 17 de diciembre de 2015

La verdadera actitud científica


No hay razón alguna para limitar la ciencia a las realidades materiales si el método científico (del que ya hablé) es aplicable más allá de éstas. Como señala Ken Wilber, olvidar el mundo “interior” (espiritual) significa dejar sin sostén los valores y perder el significado de las cosas. Ningún objeto material es bueno o malo, solo puede ser grande o pequeño, liviano o pesado, es decir tener medida. El interior no es medible pero tiene valor y significado. Y pueden existir métodos que permiten descubrir y asesentar esta “otra” realidad.
“Cuando la confiada modernidad comenzó a expurgar las dimensiones de la Mano Izquierda1 (incluyendo la Gran Holoarquía), no se dio cuenta de que también estaba desterrando todo sentido y todo significado del Kosmos, porque los dominios de la Mano Derecha son ajenos a los valores, las intenciones, las profundidades y los significados.
La Izquierda tiene niveles de significado, mientras que la Derecha tiene niveles de magnitud; la Izquierda tiene mejor y peor, mientras que la Derecha tiene mayor y menor.  [...]
Es así como el colapso de la Izquierda ante la Derecha –que tiene lugar cuando reducimos la compasión a serotonina, la alegría a dopamina, los valores culturales a modalidades de producción tecnoeconómica, la sabiduría moral a problemas técnicos y la contemplación a ondas cerebrales, por ejemplo– también reduce la cualidad a cantidad, el valor a apariencia, las interioridades a meras fachadas, la profundidad a superficie y el esplendor a miseria.” (Wilber, p.108–109)

La verdadera actitud científica es la apertura a los desafíos y a la revisión permanente de “lo establecido”, por cuanto el progreso del conocimiento lleva constantemente a revisar lo acumulado en el pasado. Una teoría científica siempre es una mera propuesta, validada por datos hasta que nuevos datos obliguen a cambiar su formulación ((ver capítulo siguiente). Y toda teoría descansa en algunos supuestos no demostrables, lo cual ha de ser reconocido por el científico si quiere ser honesto. Un ejemplo de ello es la siguiente declaración de Susan Greenfield acerca la conciencia:
“Dado que, para mí, la personalidad, el cerebro, la persona, la mente y demás están íntimamente unidos en el cerebro, no puedo concebir cómo todo esto podría existir sin un cerebro. Ahora bien, sólo porque yo no pueda concebirlo no significa que no sea verdadero, y sin duda no significa que los que tienen convicciones sólidas en este aspecto sean menos listos que yo. Por lo tanto, no soy tan arrogante como algunos, y en última instancia pienso que me gustaría dejar la puerta abierta a esa posibilidad: ahora mismo yo no puedo concebir que eso sea posible, pero no voy a afirmar categóricamente que todos los que lo creen están equivocados.” (en S.Blackmore, "Conversaciones sobre la conciencia", Paidos, 2010, p.146).

La primera parte de mi futuro libro sobre el tema de la conciencia y del espíritu será acerca de lo que los científicos olvidan más frecuentemente: su concepción del mundo, que orienta su investigación. Son los fundamentos de la ciencia, que son de orden filosófico, y que muy pocos explicitan, heredados de su familia o de algún profesor destacado, sin detenerse a reflexionar sobre ellos. Hay, en realidad, toda una tradición científica que viene desde un siglo a imponerse en forma bastante irreflexiva: el positivismo materialista. Explicaré cómo llegó a imponerse.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

El método científico hoy

El mayor aporte de la ciencia, ya antes de la Era Moderna, que sigue válido hoy, es sin duda el de la llamada “navaja de Ockham” o principio de parsimonia –que data del siglo XIV–: «Non sunt multiplicanda entia sine necessitate» (no se han de multiplicar los elementos sin necesidad), lo que equivale a valorar las explicaciones más sencillas y cercanas a la experiencia, antes que recurrir a especulaciones complejas, arbitrarias e imaginativas. Luego los grandes filósofos de la Era Moderna hicieron importantes aportes a la concepción de la ciencia y especialmente al establecimiento de un nuevo método de trabajo. Ken Wilber señala muy claramente cuales son los principios que nos han aportado y que son también fundamentales para la investigación científica:
“Estos son, a mi juicio, los aspectos fundamentales de la investigación científica, a los que denominaré "las tres vertientes de todo conocimiento válido":
  • 1. Prescripción instrumental. Se trata de una práctica real, de un modelo, de un paradigma, de un experimento que siempre asume la forma "Si quieres saber esto, deberás hacer esto otro".
  • 2. Aprehensión directa. Se trata de experimentar directamente el dominio revelado por la prescripción; es decir, la experiencia o aprehensión inmediata de los datos (porque, aun en el caso de que los datos sean mediatos, en el momento de la experiencia son aprehendidos de manera inmediata). No olvidemos que, según William James, uno de los significados del término "dato" es precisamente el de experiencia directa e inmediata en la que la ciencia sustenta todas sus afirmaciones concretas. 
  • 3. Confirmación – o rechazo – comunal: Consiste en el cotejo de los resultados – los datos, la evidencia – con otras personas que también hayan completado adecuadamente las vertientes preceptiva y aprehensiva.” (K.Wilber, Ciencia y religión, pp.192–193)

Thomas Kuhn (1922–1996) subrayó que el verdadero conocimiento científico se asienta en paradigmas, modelos o prescripciones, es decir, que los datos no están simplemente ahí, sino que son revelados al seguir determinadas prescripciones. Karl Popper (1902–1994) se centró en el tercer aspecto: todo conocimiento genuino debe hallarse abierto a refutación porque, de otro modo, es mero dogma disfrazado. Es lo que llamó la regla de la “falsabilidad”, principio aplicable a todos los dominios, el sensorial, el mental y el espiritual. Gracias a Karl Popper, no se concibe ya el desarrollo científico como la acumulación de pruebas para asentar las teorías sino, al contrario, como la elaboración de hipótesis y el sometimiento de las mismas a pruebas muy severas para refutarlas o aceptarlas provisionalmente. 
“Popper sugirió que las teorías nunca pueden ser totalmente verificadas (miles de cisnes blancos no pueden asegurar la proposición "los cisnes son blancos") porque siempre es posible que aparezca un cisne negro. Sin embargo, ese sólo cisne negro permite asegurar que «no todos los cisnes son blancos». En otras palabras las teorías pueden ser refutadas (falseadas) pero no verificadas. Para él la empresa científica es esencialmente deductiva: es a partir de hipótesis generales que se producen las contrastaciones empíricas. Deducción en lugar de inducción y falsación en lugar de verificación. Junto a esto Popper sustituyó la meta de alcanzar una quimérica verdad por la idea del incremento de la verosimilitud de las teorías, algo más modesto.” (J.Nuñez)
Ahora debemos considerar que no existe una manera única de asegurar la certeza del conocimiento. La racionalidad del hombre, sola, no basta para garantizar acceso al conocimiento. Los conocimientos no están en la realidad, los construye el hombre y esta construcción depende de la cultura y de la historia. 
“El error del empirismo estrecho reside en su fracaso en advertir que, además de la experiencia sensorial, también existe una experiencia mental y una experiencia espiritual. El error de los kuhnianos consiste en su fracaso en darse cuenta de que las prescripciones no sólo se aplican a la ciencia sensoriomotora sino a todo tipo de conocimiento válido. Y el error de los popperianos reside en el intento de circunscribir la falsabilidad a datos únicamente sensoriales, con lo cual el criterio del conocimiento mental y espiritual –"falsable por los datos sensoriales"– rechaza de entrada de modo implícito e ilegítimo esas modalidades, cuando lo cierto es que los malos datos de esos dominios son realmente falsables, ¡pero sólo recurriendo a datos adicionales procedentes de esos dominios, no a datos de los dominios inferiores!” (Wilber, p.197)

A pesar de los esfuerzos y declaraciones de los científicos, no es posible que investiguen y desarrollen hipótesis sin ser influenciados por su propia cultura y sus propias creencias.
“Según Kuhn, la observación y la experiencia pueden y deben limitar drásticamente la gama de las creencias científicas admisibles o, de lo contrario, no habría ciencia. […Pero...] No existe la posibilidad de acceder a la verdad de modo virginal: estamos siempre conducidos por las teorías, las filosofías, las preferencias metodológicas y otras que hemos recibido de la cultura científica disponible y en particular de la educación científica recibida.” (J.Nuñez)
“La ciencia es una de las varias modalidades válidas del conocimiento que puede convivir pacíficamente con las modalidades del conocimiento espiritual.” (K.Wilber, p.31)
¡Así, la formulación de una ciencia de la conciencia o del espíritu no es una tarea imposible!

martes, 17 de noviembre de 2015

Presentación del blog

En 1972, me interesé por primera vez por la forma en que el sistema nervioso conserva y transmite información y escribí un primer texto al respecto. Al tener que enseñar a futuros periodistas cómo conservar y procesar información – lo cual implicaba un trabajo mental de análisis – volví sobre el tema de los procesos neurológicos, aunque en una perspectiva más definidamente psicológica y empecé a estudiar las ciencias cognitivas, en particular a partir de los trabajos de D. Norman (publicados en el libro de Lindsay, P. y Norman, D.: “Introducción a la psicología cognitiva”). Tuve además la oportunidad de asistir a un curso de Humberto Maturana sobre biología del conocimiento y en los años siguientes publiqué varios artículos sobre este tema. En 1994, dediqué un semestre sabático a un mayor estudio de las ciencias cognitivas. Entre 1997 y 1999, seguí un programa de doctorado donde, nuevamente, las operaciones cerebrales – ligadas a la temática de la comunicación – se transformaron en el centro de mi investigación, dando origen a una tesis sobre la representación del conocimiento tanto en el cerebro como en los nuevos hipermedia. Un análisis sistémico más formal y más profundo de los fundamentos de esta tesis dió lugar, en 2002, a mi libro “Teoría Cognitiva Sistémica de la Comunicación” (Ed.San Pablo, Santiago de Chile; disponible en ISSUU).

En todos los casos, volvía a aparecer una característica común: la dificultad de la ciencia para explicar las raíces de la conciencia. Pero, desde mis primeros años de estudiante universitario, siempre tuve en mente la cosmología de Pierre Teilhard de Chardin, cuyos libros leí en dicha época y que introducían una interesante distinción entre el “exterior” y el “interior” de las cosas, lo mismo que expresó el Principito de A. de Saint-Exupery y que ya había sugerido San Pablo en el primer siglo de nuestra era: “Lo esencial es invisible para los ojos”.

Lo que presentaré aquí es el producto de las notas que tomé en el transcurso de los años y de mi actual revisión y lectura.

Reglas de la ciencia

Para abordar correctamente el tema de la conciencia y del espíritu, es indispensable tener claridad acerca de las reglas de la investigación científica. La primera es la objetividad y la apertura de mente.

La regla ética del científico de hoy es por una parte tratar de ser siempre los más objetivo posible y, en segundo término, nunca negarse a considerar hechos que le parezcan inexplicable solo porque no “encajan” en sus teorías o su marco de referencia habitual. Por su misma naturaleza, la ciencia no puede excluir de su campo de acción ningún hecho que se presente a la conciencia investigadora del hombre. ¿Por qué, entonces, existen científicos que se desinteresan de ciertos tipos de problemas o incluso se oponen violentamente a su estudio?

Desgraciadamente, para muchos científicos – influenciados por el modelo de la física – el principio de objetividad se ha transformado en objetivismo. Éste pretende que el mundo tiene su propia estructura, la que puede ser totalmente “modelizada” mediante las matemáticas y la lógica, y que las representaciones mentales serían verdaderas o falsas según reflejen o no correctamente la realidad (observable y medible). Esto lleva fácilmente a una concepción computacional de la mente (el cerebro es una máquina que procesa información) y parte de un supuesto totalmente erróneo: que el observador y la naturaleza son dos entidades distintas.

Para algunos científicos (como Daniel Dennett), no hay conocimiento válido si no es producto de una observación “en tercera persona”, lo cual, en estricto rigor, implicaría que es imposible lograr un conocimiento válido acerca de la conciencia ya que la conciencia de un tercero no es observable. Otros afirman que la conciencia no puede existir sin el cerebro, lo cual, además de ser un prejuicio, es un grave error lógico y científico, ya que una inexistencia nunca puede ser demostrada.

Así, cualquier hecho que parece estar en contradicción con las leyes físicas conocidas – o solo escapa de ellas – es muchas veces objeto de rechazo, pero ésto cae en una contradicción fundamental con el espíritu de la ciencia, que exige que la mente permanezca abierta a la revisión de todas las hipótesis y de todas las teorías. La necesaria prudencia puede llevar a un científico a estimar que los argumentos de otros son insuficientes o inadecuados pero nunca a rechazar el estudio de un problema ni menos aún a desautorizar a quienes lo enfrentan seriamente. ¿Cuántos proyectos de investigación nacen diariamente en base a presunciones poco fundadas? ¿No es la investigación, precisamente, un proceso de búsqueda de pruebas (a favor o en contra de las hipótesis)? 

En el caso de la defensa de la naturaleza espiritual de la conciencia, ciertos “opositores” han argumentado que las pruebas reunidas eran sólo testimoniales. Pero es absurdo descartar el testimonio como prueba, por cuanto todo conocimiento descansa, en algún momento o en alguna parte, en testimonios. Lo que debe exigirse es una suma de testimonios congruentes, provenientes de testigos independientes y confiables. Y es lo que pretendo aquí.

Un serio problema con el que se encuentra la objetividad es el de la interpretación. Los “datos” obtenidos por la ciencia solo tienen sentido cuando se los interpreta. Y la  interpretación es un producto de la reflexión, que no puede ser considerado como una mera “operación” del sistema nervioso central, sino como una actividad de la conciencia. Es un “dar sentido”, basado necesariamente en una visión más amplia, en una concepción del mundo, es decir –en fin de cuentas– en una opción filosófica que será o bien materialista o bien espiritualista. ¡No negamos el componente objetivo, pero no podemos tampoco negar el componente subjetivo! Ambos son inseparables. (Cfr. Ken Wilber, "Ciencia y religión" p.154).